El dilema wagneriano – y moderno – de la idea de “revolución” (y la crisis de una “visión de futuro”)


La obra de Richard Wagner es particularmente difícil de comprender por significar precisamente la encrucijada de distintas vertientes que alimentan, incluso contradictoriamente, la visión de la modernidad, y que es precisamente de origen o fundamento, y por consiguiente de sentido o “futuro” de la civilización moderna. El término clave en este sentido es la noción de “revolución”, que tuvo su primera significativa resonancia por la obra de Nicolás Copérnico – De revolutionibus orbium coelestium (1543) – que justamente re-estableció el heliocentrismo clásico griego después de más mil años de prevalencia de la visión geocéntrica. De hecho, esto se dio en el contexto mayor del progresivo re-encuentro de la incipiente civilización europea con la cultura greco-romana desde su disolución en la “edad oscura”, que significó el fin del Imperio Romano de Occidente, y finalmente culminó en su llamado “Re-nacimiento”. Y así debe entenderse igualmente la re-fundación matemática del mundo por Kepler, Galileo y Newton que realizó la “re-volución científica” a partir de la antigua cosmología pitagórica griega. E igualmente en ese sentido, luego sucedieron la “re-volución tecnológica” o “industrial”, y la “re-volución política” en Europa y América. En suma, se puede afirmar que la visión de la civilización europea que surge de la disolución de la civilización greco-romana no ha hecho sino verse a sí misma como su re-torno o, de nuevo, “re-volución” (del latín re-volvo: volver hacia atrás). Y por la misma razón, así se ha visto cara a cara con la necesidad crítica de una visión de su posible porvenir o “futuro” que pueda ir más allá de su visión propia de sí misma como – únicamente – la re-volución de la civilización clásica greco-romana. Porque, si es sólo el re-torno de lo antiguo, ¿cuál es entonces el origen y sentido de los principios que la fundan? Y si la Grecia antigua propuso una cosmología matemática, ¿cuál es el origen y sentido de sus principios matemáticos? ¿Es suficiente con asumirlos y, por ejemplo, simplemente producir un “cálculo” que describa las leyes cósmicas como en la mecánica de Newton?  O si la Grecia antigua inventó el arte, ¿es suficiente con verlo re-nacer como en el quattrocento italiano, y luego asumirlo como la mayor gloria artística de esta civilización? En fin, si la Grecia antigua inventó la democracia como el ejercicio de la autoridad de la sociedad en sí y para , ¿es suficiente con re-volucionar su planteamiento y asumirla como la forma social superior de esta civilización? Dondequiera que se mire, la historia de la civilización moderna occidental atestigua claramente dicha sujeción a los principios descubiertos por la antigua civilización greco-romana. Pero una civilización – cualquiera que sea – no puede simplemente asumir su cultura como un mero re-establecimiento sin aspirar a una genuina re-fundación. Es necesario por lo tanto re-pensar o re-crear los principios, de la civilización, y del hombre como creador de civilizaciones. Más aún, en la medida que la civilización misma tiene lugar efectivamente en el mundo, se trata de re-fundar sus principios, y por consiguiente del hombre, cósmicamente; y con ello re-solver no sólo su fundamento, sino también, su sentido cósmico. En cambio, desde la sola perspectiva del re-torno o re-volución sólo cabe el re-establecimiento del “pasado”, humano, y además, nuevamente, sin realmente una "visión de futuro”.


En el caso específico de Wagner su primera obra teórica se llamó, muy propiamente, La obra de arte del futuro (Das Kunstwerk des Zukunft, 1849), en la que a partir de un análisis del hombre como ente “separado” de la naturaleza por su capacidad para el “conocimiento” propone entonces la necesidad de su re-torno a la naturaleza por medio de la “obra de arte”. Pero, a la manera típica de la civilización moderna occidental, su visión asume dicha “obra de arte” como el re-surgimiento de la tragedia griega, y por supuesto, tomando en cuenta su anterior re-planteamiento shakesperiano. Teóricamente, se puede afirmar que su concepción inicial de la “obra de arte” no trascendió el planteamiento original de la Poética de Aristóteles acerca de la tragedia griega. Así finalmente concibió el “drama trágico” como “obra de arte total” (Gesamtkunstwerk) articulando los distintos elementos específicamente analizados por Aristóteles: mito (argumento), ethos (personaje), lexis (lenguaje), melos (música), y dianoia (concepto). En fin, su concepción propia original de la “obra de arte” fue simplemente re-volucionaria, y por ende, sin realmente ser “del futuro” como superación de la noción correspondiente de un mero re-establecimiento de la tragedia clásica griega. Su proposición de la que sería finalmente la realización de su concepto de “obra de arte total” – es decir, El anillo del Nibelungo (Der Ring des Nibelungen) como re-formulación de la tetralogía de la Orestíada de Esquilo – plantea de hecho un “ciclo” – tomando como materia mítica el ciclo del Ragnarok escandinavo – de re-establecimiento de la “naturaleza” de la que el hombre se “separa”, y por ende de manera que no se llega a re-descubrir el porqué o el sentido de que dicha “separación” pueda tener lugar después de todo.


Pero su tratamiento puede incluso trazarse en el contexto del desarrollo teórico tradicional de la cultura re-volucionaria europea, específicamente a partir de la teoría social de la “barbarie ricorsa” originalmente planteada por Giambattista Vico en su Principios de nueva ciencia (Principi di Scienza nuova, 1725, 1744), y que Wagner debe haber por lo menos conocido vía la mención que Goethe hace explícitamente de la obra de Vico en su Viaje a Italia (Italienische Reise, 1816-17). En cualquier caso, la obra de Vico es arquetípicamente “re-volucionaria”, y su esquema es claramente análogo al que Wagner desarrolla en El Anillo del Nibelungo. En detalle, la visión de Vico puede sintetizarse como el ciclo histórico entre barbarización y civilización, y siguiendo tres grandes etapas terminado en un “ri-corso” o re-currencia, precisamente como “barbarie ricorsa”:


1) La de bárbaros “gigantes” (del griego Gigas, y según Vico, “hijos de la Tierra” – Gaia), y únicamente ordenado por el surgimiento de un “orden divino”, o fundado en la “ley divina”, que es efectivamente el argumento medular de Wagner en Das Rheingold o El oro del Rin, la primera parte de El anillo del Nibelungo.


2) Sigue luego el tiempo de los “héroes”, que Vico describe como de hombres que, como los héroes de Homero, son “descendientes de los dioses”, y que en base a la determinación de su propio valor o “fuerza” establecen un orden “aristocrático” o “noble” de “familias” sometiendo a “famuli” o “siervos”. Y así con Wagner y el “heroísmo” de Siegmund como “hijo de Wotan” enfrentado al régimen “bárbaro” de Hunding en Die Walküre o La Valquiria, la segunda parte de El anillo del Nibelungo.


3) La de los “hombres”, en donde prevalece en cambio la “igualdad” o “anarquía”, y que debe recurrir a la “monarquía civil” para re-instaurar el orden. Comienza de hecho con la prevalencia de la “razón” y la “filosofía”, en contraste con los tiempos “poéticos” anteriores (“divino” y “heroico”). Goethe mismo resumió esta visión de Vico en su corto ensayo Las épocas del espíritu (Geistesepochen, 1817) como: Poesía (de fe primitiva); 2) Teología (Sagrada); 3) Filosofía (de Intelecto), y 4) Prosa (de lo común). Y es justamente este tiempo “prosaico” de “anarquía” el que Wagner epitomiza como el régimen de los Gibichungs y los Nibelungos en Götterdämmerung o El ocaso de los dioses (y de los héroes) como la última parte de El Anillo del Nibelungo.


4) Finalmente llega la “barbarie ricorsa” o “recurrencia de la barbarie” dando paso al inicio de un nuevo ciclo, y cuya evidencia histórica es justamente la re-currencia de la “edad oscura” que en primer lugar dio origen a la civilización griega, y en tiempos modernos a la civilización europea. Wagner lo presenta muy escuetamente al final de El ocaso de los dioses (análogamente a Vico, que sólo le dedica la sección final de su obra con apenas 16 páginas).


Pero adicionalmente a esto, como puede verse claramente, la noción de re-volución como “barbarie ricorsa” es coherente con el ideal moderno del “buen salvaje”, que desde los tiempos de John Dryden en el siglo XVII tomó por asalto a la imaginación europea, cristalizándose luego en el siglo XVIII en la teoría social de Jean Jacques Rousseau como la necesaria re-novación de esta civilización. Y Wagner no es excepción en El Anillo, concibiendo a su héroe re-volucionario – Siegfried – literalmente como un “bárbaro” radicalmente ajeno a la civilización. Sin embargo, no logrando así realmente una “visión de futuro”, se vio inevitablemente en la necesidad de proponer una re-solución alternativa en su última obra, Parsifal. Es decir, y como de hecho lo hizo generalmente el Romanticismo, propuso la concepción cristiana de la “segunda venida”. Incluso Wagner lo manifestó explícitamente por escrito reiteradamente, por ejemplo:


El período de dos mil años, que las grandes civilizaciones históricas han cubierto hasta ahora en su evolución de barbarie en barbarie, nos llevaría aproximadamente a la mitad del próximo milenio. ¿Podemos imaginarnos el estado de barbarie al que habremos llegado si nuestro sistema social continúa por otros seiscientos años o más siguiendo los pasos del decadente dominio mundial romano? Yo creo que la segunda venida del Salvador, esperada por los primeros cristianos en su tiempo, y luego estimada como dogma místico, podría tener un significado en esa fecha futura, y quizás en circunstancias no totalmente disímiles a las bosquejadas en el Apocalipsis (Público y popularidadPublikum und Popularität, 1878).


En general, ésta ha sido en verdad la única original “visión de futuro” en la civilización moderna occidental desde la misma disolución de la civilización greco-romana. Incluso el mismo Vico, como Wagner, ofrece su visión re-volucionaria de la “barbarie ricorsa” sólo para “gentiles”, distinguiéndola de la historia sagrada bíblica. Y, efectivamente, si dejáramos finalmente el planteamiento hasta aquí, es decir, con sólo la alternativa re-volucionaria, tal sería sin duda la única visión posible fundacional del “porvenir” de esta civilización. Por otro lado, dicho “porvenir mesiánico”, enmarcado dentro de la visión arquetípica inaugurada por el zoroastrismo a comienzos de primer milenio a. C., concierne entonces centralmente al hombre, o es, aún, re-currentemente antropocéntrico.


Pero he allí que, incluso más cercanamente a Wagner, surgió sorprendentemente una visión alternativa que rompe por primera vez con el “círculo vicioso” intrínseco a la noción de re-volución (o “barbarie ricorsa”), y luego también, por consiguiente, con su inevitable re-curso a la noción cristiana y antropocéntrica de la “segunda venida”. Es decir, por supuesto, la visión del “super-hombre” de Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra (Also sprach Zarathustra) como: “puente y no propósito … [y] una travesía peligrosa” como superación del hombre (“über-mensch”) procedente del “animal”. En realidad, ya el antiguo mito de Gilgamesh de tiempos de los orígenes de la ciudad, y por ello, de la civilización, había planteado la imposibilidad de regreso del hombre al “animal”. Por otro lado, desde entonces ha quedado abierta la pregunta sobre la evolución misma de la civilización. Específicamente en Vico, la noción de “barbarie ricorsa” está inspirada en la recurrencia de la “edad oscura” como origen de la Grecia homérica y luego de la Europa medieval. Así, la re-volución no implica realmente el “fin de la civilización” sino, exactamente, la “barbarie recurrente” de esa misma civilización (greco-romana y luego cristiana). Y viceversa, la “barbarie ricorsa” significa en sí tanto la decadencia de la civilización (greco-romana y luego cristiana) como su re-volución. ¿Pero no debería entonces entenderse dicha re-volución, no simplemente como re-volución (re- y volvo: “hacer rodar”, “desarrollar”), sino como e-volución (ex-: fuera de; y volvo)? Y esto es precisamente lo que Nietzsche sugiere en su concepción del “super-hombre” como “significado de la tierra”, es decir, que el “hombre” en sí no es el estado final evolutivo sino, de nuevo, sólo “puente” hacia una evolución superior al hombre o sobre-humana.


El significado de dicha evolución sobre-humana está incluso planteado ya en la Grecia antigua precisamente en su crítica al antropocentrismo, o a la concepción del hombre como “medida de todas las cosas”. Porque, como bien señalaba Platón, si no se entiende el viento por su propia esencia como una fuerza natural, y se lo considera en cambio exclusivamente de acuerdo a las necesidades humanas, entonces ya no puede ser hecho objetivo, o es mero hecho subjetivo. Pero, evidentemente, el mundo no es “creación del hombre”, sino al revés, el hombre es creación del mundo. Éste ha sido ciertamente el planteamiento de la teoría de la evolución moderna desde Darwin, y resulta por ende realmente un punto de bisagra para definir un “antes” y un “después” en cuanto a la visión del lugar del hombre en el mundo más allá del antropocentrismo. Por otro lado, si el “sentido de la tierra” supone la existencia del hombre como “medida de todas las cosas”, entonces la realización final del mundo no culmina en un hecho “animal”, o “natural”, o “físico”, sino “meta-físico” (del griego meta- después de, y physis: naturaleza), es decir, tal como el hombre se define exclusivamente en el mundo como ente “separado” de la naturaleza por el “conocimiento”, y como de hecho lo define también Wagner. Por ello Nietzsche puntualiza entonces muy certeramente que:


… la naturaleza necesita el conocimiento, y teme el conocimiento que realmente necesita; y, por así decirlo, su llama flamea inquieta, se sobresalta a sí misma, y se aferra a mil cosas antes de aferrarse a aquella por la cual la naturaleza en todo caso necesita el conocimiento (Schopenhauer como educador: §5).


Ese “aferrarse” en contra a su “necesidad de conocimiento” expresa metafóricamente la e-volución del “animal” al “hombre”, y luego de éste al “super-hombre”. En suma, que el “sentido de la naturaleza” es un hecho de “conocimiento”, o de “conocerse a sí misma”. Se trata por supuesto de la noción griega de “mente universal”, y por ello, no como puro hecho subjetivo o antropocéntrico del hombre, sino tal como lo afirma en contrapartida Goethe:


El ser humano se conoce a sí mismo sólo en la medida que conoce al mundo: él percibe al mundo sólo en sí mismo, y a sí mismo sólo en el mundo. Cada nuevo objeto, claramente visto, abre un nuevo órgano a la percepción en nosotros.


Y dado que la civilización griega antigua fue antropocéntrica, dicho “conocimiento del mundo de sí mismo” no significa ya mero re-nacimiento, re-establecimiento o re-volución. Estamos pues frente al más grande reto evolutivo del hombre, el de genuinamente aspirar a realizar el hecho de “conocimiento de la naturaleza”, y por consiguiente, incluso de sí mismo. Tal sería realmente la “visión de futuro” del hombre en la crítica coyuntura que significa, no sólo en la evolución de la civilización moderna, sino de la civilización original greco-latina de la que ha sido meramente re-volución. Significaría, de nuevo con Nietzsche en su Así habló Zaratustra, el “gran mediodía”:


… el del hombre en la mitad de su trayecto entre el animal y el superhombre y que celebra su camino hacia la tarde como su máxima esperanza: porque es el camino hacia un nuevo amanecer.


Giuseppe Tulli